viernes, 9 de agosto de 2013

Ballenas en Camborioú

A Camborioú venían ballenas. Ya no, casi nunca, por eso cada que pasa una crea sensación. La última vez, un año atrás, cuando una ballena grande junto con su hijo se dejaron ver desde las playas del balneario, el hecho hasta salió en televisión, un señor de traje presentó la noticia. Las ballenas ya no viene y uno puede adivinar por qué, es una razón muy sencilla: Les gusta más nadar que ser atravesadas por lanzas y cuchillos. Se entiende.


Penha está muy cerca de acá. Playas, montañas verdes, caminos rústicos y gente tan tranquila y simpática que cuesta imaginárselos masacrando cetáceos. Pero así es, o mejor dicho así fue. Porque las cosas cambiaron y ya no las matan más.

Antes era difícil para un morador de Penha el imaginarse siquiera que las ballenas podían tener otra utilidad que no fuera producir aceite. No se plantearon nunca, ni siquiera cuando llegaron los representantes del amor de Dios, quienes deberían informar del amor a todas las entidades vivientes, como se hace cada vez más claro en nuestros tiempos. Al contrario, la misma iglesia del pueblo, la capilla de Juan Bautista, tiene entre sus honrosos atractivos el haber sido construida con aceite de ballena y polvo de conchas.

Ahora es distinto, todos los habitantes pueden palpar cada día lo que era inimaginable, es decir, que se puede vivir sin matar a las ballenas. Ahora ya nadie se atreve a matar ninguna, pero no es por consciencia necesariamente, es porque ya no vienen más, game over. No hay sujeto como quien dice.

Por eso es bueno la imaginación, aunque sea para plantearse cosas locas como una vida sin matar a las ballenas antes de que se acaben, o imaginarse una vida sin comer carne, o por lo menos un lunes, mientras haya sujeto.


En la foto una calle de Penha con barcos barados a unos pasos de la casa/ashram de Vrinda Kunja, una querida amiga que por supuesto no se comería nunca ninguna ballena. 

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