domingo, 7 de abril de 2013

Maldiciones gratis.


Las situaciones de desgracia son muy variadas pero tienen una característica en común: por lo general uno no se da cuenta cómo llega a ellas; cuando menos lo pesamos ya estamos metidos en la grande: a siete días de la muerte, con el carro chocado (y prestado), la tarjeta de crédito en rojo furioso, esperando por nueve meses, en forma de vida humana, bueno ya cada cual verá, el caso es que con la misma lógica de la aparente inmediatez con que caemos ahí pretendemos salir, pero no es así.

Creemos que con un "¿y ahora quien podrá ayudarme? ¡pum! aparecerá el chapulín. O creemos que la maquina mostrará otra vez tres cerecitas en linea y de repente seremos ricos; o, en últimas, pensamos que con ir donde algún santo y mostrándonos simpáticos o dándole un poco de lo que nos sobre, pararemos de sufrir. 

 Y no es que el santo no pueda hacer esto, claro que puede, pero el método no es tan sencillo. Las bendiciones son de otra naturaleza. Cuentan de un gran santo que al recibir el reclamo de las bendiciones dijo, "mis bendiciones son mis instrucciones", como quien dice: "No contaban con mi astucia".

Y bien pensado uno ve que no podría ser de otro modo, no es que todos los doctores son tan tontos como para curar a alguien que se ha enfermado, digamos por fumar, sólo para que pueda seguir fumando. Sino se hace algo real por transformar nuestra naturaleza, estaremos perdiendo el tiempo, y haciéndoselo perder al médico y al santo.

Ahora vamos a la otra cara de la moneda: si bien cuando estamos mal queremos bendiciones, cuando estamos bien, (entre grandes comillas) tememos las maldiciones. Y si las bendiciones son las instrucciones de los santos, ¿cuales serán las maldiciones?... 

Sí, por favor apaga el televisor. Y no salgas a la calle desprevenido.