jueves, 23 de enero de 2014

La dulzura de tu sangre.

Dicen que lo más sorprendente en el mundo es que a pesar de que vemos como mueren todos, los abuelos, los tíos, la gente de uno, la señora esa, aún así, seguimos, de alguna manera y en el fondo, pensando que a nosotros no nos va a pasar. Pero ¡qué va!, cuando uno menos lo piense: “se te acabó tu tiempo, Pupín”. 

Esta actitud tiene un reflejo igualito hacia el otro lado. A pesar de que a todos nos gusta creer que fuimos invitados de manera amorosa a este mundo, y  nadie recibe como una buena noticia un: “No muchacho, lo que pasa es que yo quede embarazada pero su papá se fue” o un, “¡Uy!, es que estaba tan borracha que no me acuerdo”, al mismo tiempo no nos importa si le propiciamos tal situación a otro.

¡Quién dijo que hay que tener familia!, ¡Los tiempos de la familia tradicional ya pasaron! ¡Ahora somos libres, evolucionamos!. Es el grito, y suena buenísimo. Evolución, libertad, y quién dijo. Emociona, aunque el fondo es otro. 

Digo, que la gente viva como quiera, pero que no vengan a decir que el hecho de que ya no nos aguantemos viviendo juntos porque queremos un placer menos exigente y comprometido es una muestra de evolución social. Tener cada vez más que recurrir al juez para que el papá caiga en cuenta que le debe dar comida al hijo no creo que sea un gran avance. Claro, quizás no sea tan fácil verlo, como dicen, el camello masca espinas y la sangre que el mismo se saca en sus heridas le sabe bueno.


La idea ésta de la familia, nadie dijo que tenía que ser así. Pero, ya que somos tan modernos y descreídos, sospechemos de nosotros mismos, de nuestra propia experiencia, y si bien quizás no conocimos de primera mano lo que era tener familia, no por eso pensemos que tal cosa no puede existir. Atmavan manyate jagat, dicen el antiguo aforismo: uno piensa que como a uno le pasa a todos los demás también les tiene que pasar, pero no es así.

Hace unos días atrás vino a visitarnos un prabhu de Vrindavan con su familia. Entre la familia habían dos señoras (devotas, nacidas -hace más de 40- y criadas en India, es decir: otra cosa).

Tuvimos muy poco contacto con ellas, todo como de pasada, algunas palabras a la hora del prasadam y algo más un día en el que ellas cocinaron, pero hasta ahí. Sin embargo, en el momento de irse, una de estas señoras abrazó a la madre C. al despedirse y se puso a llorar. El prabhu al ver la cara de extrañeza de C. le explicó que es que ella tenia hijos hombres pero no hijas y que para ella, C era como la hija. Con sólo unos pocos días de convivencia.


Así es la intensidad del cariño, y esto también tiene una historia más antigua. Es sobre Ganesh y su hermano. Resulta que Sr. Ganesh tiene un hermano llamado Subramanya. Y existía el dilema por saber quién era el mayor. Así que para resolver el dilema el Señor Siva se inventó una prueba y les dijo: “Bueno, el que primero le de la vuelta al universo gana: ese es el mayor”. 


Sin demora Subramanya montó su pavo real (que es el medio de transporte en el que él anda) y salió a darle la vuelta al universo. 
Ganesh, por su parte, caminando con calma le dio la vuelta al Sr Siva y M. Parvati, y dijo: “Listo”. 
“¿Cómo asi?”, le dijo el Sr Siva asombrado. “Tienes que darle la vuelta al universo”.
“Si, yo sé”, respondió el Sr. Ganseh, “pero lo que pasa es que ustedes son mis padres y ustedes son como el universo para mí.”
El Sr. Siva reconoció que había ganado. Que era el mayor su sabiduría lo probaba. 


Que sea más apetecible esta versión de lo que ahora tenemos ya cada cual dirá, depende de que tan dulce nos resulte la sangre.

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