En la playa de Tongoi se juega mucho a la raqueta. También nadan, no vamos a decir que no, pero lo que le extraña a uno es que jueguen tanto a la raqueta. Jugar a la raqueta es, sin duda, un drama menor frente a lo que puede estar pasando al fondo; con peces huyendo de otros peces, en esa escala vertiginosa de algunos pequeños que son comidos por otros más grandecitos, que a su vez son comidos por otros mayores, comidos estos por algunos ya miedosos, que se ven pequeños cuando vienen ahora sí los grandes de verdad... y así, hasta que las mismas ballenas no son más que ligeros desayunos.
Ante todo esto pasar la pelota con la raqueta es un acto simple, inocente apenas; hasta que miramos en perspectiva a estos jugadores-de-raqueta y descubrimos lo bien que se han organizado para que cada uno aporte con constancia su silenciosa cuota (una bolsita aquí, una botellita allá) que logrará, lenta pero seguramente, envenenar todo el mar y sus habitantes, no importa el tamaño.
Esto es Chile pero hay muchos argentinos acá por el verano. Justo a mi lado hay toda una familia y el mismo mar les inspira una conversación que escucho sin querer. Se trata de un tipo que compró un yate y lo tiene guardado en Venezuela. El meollo de la conversación es el dato de que así le sale mucho más barato que guardarlo en no sé que otro lugar. El clímax del diálogo viene cuando uno de los dos anuncia una cifra. Todo esto parece muy importante, pero por más sorprendidos y concentrados que estén no dejan de aportar con su botellita aquí, su bolsita allá.
El pez y la señora ballena, y hasta los caracoles de colores que en el mar andan nadando, también deben tener su opinión de los yates y de las botellas, y el mismo mar, y deben hablar entre ellos también, ¿quién sabe? Lo cierto es que digan lo que digan no se escucha, no parece el mar, a pesar de su tamaño, algo digno de tenerse en cuenta, ni siquiera nos parece vivo, salvo en los maremotos, eso sí; pero un maremoto, mientras uno lo mira así de tranquilo en esta tarde de verano, parece imposible.
En algún otro lugar alguien se agacha para recoger la basura tirada y esto es sí que es insensato, más le valiera sentarse a hablar con los peces: recoger basura mientras miles y millones tiran, ¡y sin pago! En la cultura védica cuentan la historia de una gorriona al que el mar le robo sus huevos y empezó con su pequeño pico a vaciar el mar. Al ver tal determinación en esta tarea imposible, la reina de las aves Garuda vino en su rescate y amenazando al mar le obligo a devolver los huevos. Hacer falta saber estas cosas, digo yo, no sé si me escuchan.