sábado, 7 de abril de 2012
A la altura.
Hay un dicho que dice: hecha la regla, hecha la trampa. Y es real, pero también es real al revés. Por alguna sanadora razón todo engaño tiene su forma de saberse, más fácil cae un mentiroso que un cojo. Y todo el reclamo de los lectores selectivos del mundo se basan en eso:
Cuál es la verdad. Si, incluso cuando muchos de esos mismos lectores reclaman que no hay verdad absoluta, siempre lo están pidiendo. Así nos dotaron, cuando queremos saber algo en verdad nuestro radar de lo cierto se prende sin falla.
Cuando alguien dice: eres muy cursi, no es una cuestión de estilo lo que se discute, sino que lo que dice no esta realmente a la altura de la situación, todo lo cursi es como un arribismo en el cariño. O en el lado más maduro, cuando los escritores y lectores se quejan de que algo es "políticamente correcto" no es que se estén quejando, como puede parecer en un principio, de un concepto en sí, sino de las promesas tontas de alguien que habla bonito porque sabe que eso gusta, cuando en el fondo no tiene ningún comportamiento con que respaldar nada.
Hasta acá todos claros y felices: nadie puede engañarnos y siempre tenemos la forma de etiquetar lo que sea. Lo malo es cuando no quedamos con nada más. Cuando todo el amor que creíamos sincero se revela como cursi cuando llega el engaño, o el desdén conforme pasa el tiempo, y cuando todo lo bueno por ser tan irreal se vuelve "políticamente correcto" y nos quedamos buscándole sabor al mascado chicle de la ironía.
En algunos raros casos, hasta ese regocijo en la ironía se pierde y es cuando nace el verdadero descreído, el pierde la fe hasta en su descreimiento, no le basta con ser irónico, denuncia su propio jueguito y ahí todos quedan boquiabiertos al verlo tan autosatisfecho sin tener nada. El verdadero nihilista se delata si se medio ríe. Es el limbo.
Claro ni siempre se llega a ahí, ni siempre se logra salir de ahí.
Grave, pero siempre hay más (toma nota lector suicida), el amor después del amor, pero en verdad, y sí, esto es una invitación a volver a empezar con el corazón en la mano como linterna.
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